Cambio de trabajo
Una capa brillante y gélida cubría ese día Amsterdam. El aliento se congelaba nada más salir de los pulmones y se sentía cristalizar hasta en el mismísimo corazón una vez puestos los pies fuera de casa. El tejado del Rijksmuseum tenía un brillo acerado a la luz del sol naciente y las gaviotas volaban sin descanso por miedo a que al posarse sobre las canaletas una patita se les pegase por el frío y más tarde se quedase allí, al querer salir volando.
Yo iba perdiendo trocitos del alma como si de cubitos de hielo se tratase, se me escapaban de las mangas del abrigo, de las botas cuando las sacudía un poquito y hasta del sombrero. En el tranvía se estaba formando una montañita junto a mis pies haciendo que los pasajeros que subían se resbalasen y cayesen en el charco que se extendía por el suelo. Mirando por la ventana me di cuenta de que yo no era la única que perdía el alma de esta manera: un viejecito envuelto en varios abrigos y bufandas empujaba un carrito lleno de trocitos de hielo, de vez en cuando se paraba al lado de los madrugadores que esperanban el transporte público, sacaba un pala de plástico rojo del bolsillo y seguía llenando su carrito con los pedacitos helados perdidos por los futuros pasajeros. Estos se lo quedaban mirando sorprendidos, primero a él luego a la montañita de hielo, alejándose de ella como si fuese algo sucio sin comprender que era su alma lo que estaban perdiendo.
Fijándome un poco más me di cuenta de que el hielo desprendido cambiaba de color sergún la persona que lo perdía. Así el mío irradiaba un color azul metálico desde el interior de cada trocito, difuminado por la capa que lo envolvía; la de la señora que se sentaba junto a mi tenía un color marrón oxidado y la del conductor era tan roja que parecía arder mientras tocaba el clacson y le gritaba al ciclista que se había cruzado en su camino sin mirar.
El anciano seguía allí, recogiendo los pedacitos sueltos. No lo pude evitar y me bajé del tranvía para hablar con él.
- Para qué colecciona los trocitos de hielo, opa?
Unos ojos de un azul profundo se volvieron hacia mi y me sonrieron amablemente, después se volvió a agachar para seguir con su recolección, esa vez fueron los míos los que acabaron en su carrito.
- Cuando salga el sol -me dijo con una voz aterciopelada- todo el mundo va a querer recuperar su alma, pero ésta se habrá derretido y habrá sido pisoteada y ensuciada. Yo busco los trocitos que la gente deja caer, los selecciono y los junto de nuevo antes de meterlos en el congelador. Así, al llegar la primavera podreis disfrutar otra vez de sus colores y olores en lugar de estar rodeados de ese mundo gris y feo en el que os moveis ahora.
Después de pensármelo un rato me puse los guantes y comencé a juntar pedacitos y echarlos al carro.
Desde ese día cambíe de trabajo: me hice asistente del recolector de almas caidas, a ver si por lo menos consigo recuperar la mía...
Yo iba perdiendo trocitos del alma como si de cubitos de hielo se tratase, se me escapaban de las mangas del abrigo, de las botas cuando las sacudía un poquito y hasta del sombrero. En el tranvía se estaba formando una montañita junto a mis pies haciendo que los pasajeros que subían se resbalasen y cayesen en el charco que se extendía por el suelo. Mirando por la ventana me di cuenta de que yo no era la única que perdía el alma de esta manera: un viejecito envuelto en varios abrigos y bufandas empujaba un carrito lleno de trocitos de hielo, de vez en cuando se paraba al lado de los madrugadores que esperanban el transporte público, sacaba un pala de plástico rojo del bolsillo y seguía llenando su carrito con los pedacitos helados perdidos por los futuros pasajeros. Estos se lo quedaban mirando sorprendidos, primero a él luego a la montañita de hielo, alejándose de ella como si fuese algo sucio sin comprender que era su alma lo que estaban perdiendo.
Fijándome un poco más me di cuenta de que el hielo desprendido cambiaba de color sergún la persona que lo perdía. Así el mío irradiaba un color azul metálico desde el interior de cada trocito, difuminado por la capa que lo envolvía; la de la señora que se sentaba junto a mi tenía un color marrón oxidado y la del conductor era tan roja que parecía arder mientras tocaba el clacson y le gritaba al ciclista que se había cruzado en su camino sin mirar.
El anciano seguía allí, recogiendo los pedacitos sueltos. No lo pude evitar y me bajé del tranvía para hablar con él.
- Para qué colecciona los trocitos de hielo, opa?
Unos ojos de un azul profundo se volvieron hacia mi y me sonrieron amablemente, después se volvió a agachar para seguir con su recolección, esa vez fueron los míos los que acabaron en su carrito.
- Cuando salga el sol -me dijo con una voz aterciopelada- todo el mundo va a querer recuperar su alma, pero ésta se habrá derretido y habrá sido pisoteada y ensuciada. Yo busco los trocitos que la gente deja caer, los selecciono y los junto de nuevo antes de meterlos en el congelador. Así, al llegar la primavera podreis disfrutar otra vez de sus colores y olores en lugar de estar rodeados de ese mundo gris y feo en el que os moveis ahora.
Después de pensármelo un rato me puse los guantes y comencé a juntar pedacitos y echarlos al carro.
Desde ese día cambíe de trabajo: me hice asistente del recolector de almas caidas, a ver si por lo menos consigo recuperar la mía...
Publicado anteriormente en mi blog Cronicas Urbanas... se me perdió el alma junto con la inspiración y voy en su búsqueda...