Negrita cursiva

12 agosto 2006

Negrita Cursiva

Desde hace un tiempo tomé el hábito de salir a caminar.En general termino yendo al Parque Chacabuco pero estoy convencido que en la variedad esta el gusto y cambio aletoriamente de ruta, pisando las calles de mi barrio o de los linderos.
Estoy en el sur de la ciudad, en su costado menos turista.
Por lo general no lo hago solo . Cargo un mochila de trekking y pongo a mi hija en mi espalda.Ella charla un rato, me señala todos los perros y se duerme.Todo muy lindo salvo para mi anatomía después de 40 minutos de viaje.
Vengo haciéndome el boludo conmigo pero hay que cambiar . Pasa que me resisto al carrito porque se camina distinto, se mira mas para abajo , perdemos contacto.
Rumbeo para todos lados, pero para el sudoeste no voy porque es de noche y -aunque amague- no me animo.Desconozco los códigos y me imagino cercado, el banquete en la telaraña.
Pucha, hay que cambiar.

11 agosto 2006

paralelo

Suena el despertador, arranco pal baño, decido qué ponerme, desayuno, salgo.
camino por libertad - camino por carrillo puerto,
llego a la parada - llego a la estación de metro,
me siento a esperar el 14 – bajo las escaleras,
el guarda me cobra - la máquina traga el tiquet,
nadie me mira - todos me miran,
el aire frío entra por la ventana – el ducto del techo escupe calor
una vieja baja, me siento, abro la mochila y saco el libro, leo, me bajo en la próxima,
le chisto al guarda-hago la fila pa bajar,
camino por río branco – camino entre la masa,
me subo la bufanda – me abro la campera,
en la puerta de la radio hay un político dando entrevistas, paso rápido – llego tarde,
entro, saludo a la recepcionista y marco la tarjeta – entro, saludo al guardia y meto la mano en el checador,
subo las escaleras, entro a la oficina y prendo la compu, leo los mails.
Me escribe Tere desde México contándome como está – Me escribe mamá desde Uruguay contándome como está,
Pienso que, algún día, voy a hacer la valija para irme - Pienso que, algún día, voy a hacer la valija para irme

Postales

"En mi cabeza, la calle". Serie Postales de Barcelona. Martín Podder

Como dice en un capitulo el narrador de "A la búsqueda del tiempo perdido" de Marcel Proust, hay lugares que reciben una belleza o un significado especial en nuestra mente debido al estado emocional en el que nos encontramos en algún momento determinado.
Todos tenemos rincones en nuestras ciudades que nos traen una imagen a la memoria que sólo nos dicen algo a nosotros, y cuando pasamos por ellos nos llenan de sensaciones mientras que nuestro eventual acompañante no nota nada de ellas y las atraviesa indiferente. Esto mismo nos sucede con olores o pequeños fragmentos de imágenes que de repente nos pueden transportar a otros tiempos y paisajes.
Son postales mentales que llevamos siempre con nosotros y nos acompañan en nuestros viajes y paseos diarios.

Entre mi colección de postales mentales tengo una paleta de colores que sólo le corresponde a Holanda. Es una paleta de colores grises, verdes y ladrillo que a veces me asaltan sin el menor aviso y me hacen disfrutar de las cosas más tontas, son imágenes de campos de un verde profundo recortadas sobre el gris plomizo del cielo, que aún los hacen parecer más verdes, salpicados de manchas blancas que no son otra cosa que vacas pastando y que de repente toman el tono justo mientras pasan a mi lado por la ventanilla del tren.
Tonos de gris y verde que sólo he visto juntos aquí, en Holanda, y que son totalmente diferentes de los grises y verdes de España. Tonos que traen sensaciones sin definir a mi cabeza como si de postales desvaídas se tratase de las que se ha borrado la dirección del remitente, tonos que traen recuerdos de un sitio lejano sin que éste lo sea (estoy en él!), confundiéndome y extrayéndome del momento en el que me encuentro, dejando postales grabadas en mi cabeza que llevaré conmigo en otros viajes, sobreponiéndolas a las imágenes que tengo frente a mi.

Esto mismo me pasa con Amsterdam, ciudad de color gris y ladrillo, cubierta de una pátina nostálgica que cubre todas sus calles. Nostalgia de una ciudad que, quizás, nunca llegó a ser y que ahora abarrotada de turistas y postales en papel barato -que pretenden sustituir a las imágenes mentales que algún familiar lejano todavía no ha podido formar de la ciudad por no haber estado en ella- intenta remitir a un pasado incorporado en nuestra cabeza por esa idea romántica creada por películas, documentales, libros o -una vez más- postales baratas que alguna vez recivimos de un familiar o amigo. Postales que porcierto ahora son sustituidas por imágenes en internet o libros de fotografía, imágenes sacadas de contexto en las que sólo se dejan ver sus casas y canales pintorescos, iluminadas por un sol que raras veces nos acompaña y en el que estrés de la vida diaria no tiene cabida.

Amsterdam, ciudad que adoro, es para mí la ciudad del eterno cielo gris, ladrillos rojos húmedos y olor a lluvia. El ladrillo me acompaña donde quiera que vaya, sin importar si uno se encuentra en el centro o en algún barrio periférico, ya que el ladrillo es el material por excelencia de este país del tamaño de una cáscara de nuez donde todo parece acomodarse a su escala.
País del ladrillo donde Rietveld tubo tanta dificultad para introducir sus casas inmaculadamente blancas junto a las rojas de sus vecinos, disgustados por esa omisión del material "rey".

Postales de colores que me envuelven cada día.

¿Espacio urbano has dicho?

El calor era una masa densa que me movía en cámara lenta. Cada paso provocaba un nuevo chorro de sudor deslizándose desde alguno de los desvíos de mi cuerpo. Era una esponja, el verano me escurría.
Tenía que hacerme viento. Con el último resto de fuerza de voluntad, bajé al sótano a sacar mi ventilador a pedal: una bicileta amarilla.

Mi bicicleta amarilla fue un regalo, uno de los mejores que recibí en mi vida. Luego de años dedicados a ser ratón de biblioteca, sentí que en cambio de un título escrito en un pedazo de papel, me donaban dos ruedas hacia la libertad. Está construida, con partes nuevas y usadas, siguiendo todos los requisitos que en mi opinión debía tener el vehículo ideal. Es de carrera, liviana, me lleva lejos sin desfallecer. Manillar derecho, me deja mirar el paisaje. Asiento cómodo, aunque no lo suficiente, son machistas los asientos de las bicicletas, impiedosos con nuestra anotomía. Sistema de doble cambio, más que para ir veloz, sirve para poner la cadena sin ensuciarme las manos. Inflador a prueba de brazos flacos y una valijita con todo lo necesario para reparar las pinchaduras (operación que desconozco, pero siempre se puede esperar en un buen samaritano). Un reloj mide la velocidad y los kilómetros. Un coqueto canasto le da el toque femenino, además se puede quitar para ir a buscar naranjas frescas a la feria.

Mi bicicleta amarilla me podía salvar del pegote. Me tiré por la bajadita hasta el río y empecé a pedalear hacia el lago. De un lado el río y del otro el monte. Sentía la brisa. Finalmente. Sin detenerme me saqué la muscolosa, quedé casi desnuda. Hacía entre ventidós y venticinco kilómetros por hora. Era temprano, la ciclovía estaba desierta. Los patos nadaban con su prole, los cisnes volaban ociosos. Los pájaros estaban escandalosos. Todo era de un verde exagerado, con parches de cielo azul. Olía a menta selvaje, hierba y agua.
Luego de algunos kilómetros ví venir un tren por el puente y me apuré para pasarle por debajo, dicen que da suerte. Bordeé la muralla del pueblo y cuando llegué a la playa con piedritas, me tiré. Corría aire. Miré las montañas, un fluido denso las cubría en parte. Panza abajo, abrí mi libro, pocas oraciones después me quedé dormida. Cuando me desperté estaba rodeada de cuerpos. Eran cuerpos alemanes. Grandes masas de carne clara. Reían mientras bebían cerveza. No estaban solos, se acompañan de complicados accesorios como sillas, reposeras, carpas, colchones inflables, heladeritas, bichos de plástico, toallas enormes, almohadones, bronceadores olorosos, sandwiches. Me tapaban el aire. Me ahogaban. Tomé mi bici amarilla y escapé. De nuevo bajo los árboles pensé que a veces es mejor el viaje que la meta.

09 agosto 2006

Entre diez y catorce minutos

Cuando salgo desde un trabajo hacia el otro, pueden pasar dos cosas: que tenga tiempo o que no.
Pero el viaje siempre empieza en el ascensor, donde es probable que haga un recuento y me de cuenta que me faltan las llaves, los lentes, la agenda, la campera o el paraguas.
Hasta que un visitante un día me hizo ver que era una reliquia, siempre pensé que el ascensor era un viejo choto que había que soportar. Tiene un revestimiento de madera por dentro, hasta la altura de la cintura. Para arriba tiene como una rejilla de alambre, donde el diseñador se olvidó de pensar en el trabajo de mantenimiento que le daría al personal de limpieza, y éste como venganza se lo olvida en la pasada diaria. También está el infaltable espejo para chequear si tengo pasta de dientes visible antes de entrar a la oficina.
Pero ahora estoy saliendo. No se si tengo tiempo o no, porque el reloj me lo olvidé en casa. No me gusta preguntar la hora en la calle. Y no se por qué me molesta que me lo pregunten, quizás yo también me esté convirtiendo en un viejo choto de tanto viajar en ese ascensor.
Luego de saludar al portero y al del puesto de diarios que nunca me acuerdo el nombre, bajo apenas a la calle para ir caminando pegadito al cordón, porque la vereda de Dieciocho a esta hora está imposible. Volantes de cursos de computación, casas de masajes, abogados laboralistas, créditos y mas créditos en efectivo. Me fijo en la mesa del puesto de Rubén por si tiene todavía del chocolate aquél. Me cantó que llegaba a vender quinientos por día, pero el portero que lo juna más, me dijo entre sonrisas que debía ser la cifra por semana con suerte.
Ahora viene el repaso mental para ver si tengo que pasar por Abitab a pagar alguna cuenta, el billete de lotería, bolsas de naylon, videoclub, algún mandado pendiente. Es el momento del día asi que... dale... ah sí... tengo que pasar por Casa de Galicia a retirar una orden para la hematóloga. Casa de Galicia: otra reliquia. Entrada por Diecicocho, carteles de trabajadores en lucha por no pagos de sueldos, salario vacacional, licencia. Media luz por restricciones de UTE, o porque sí nomás. Un bar enorme lleno de mesas vacías, los mozos mirando en el informativo los goles uruguayos en el exterior. Una pascualina esperando en el mostrador en un plato con servilleta. Un niño con abuela buscando monedas.
Salida por Colonia: ahora necesito una lámpara de luz negra para reemplazar la quemada. Una vez nos pasaron un billete falso y desde entonces tenemos este recurso donde los papeles hacen magia y nos muestran el alma verde fosforescente.
Ya estoy por llegar, hoy me entretuve mucho en el camino y fueron como veinte minutos, pero generalmente me lleva menos.

08 agosto 2006

Un viaje como quieras.

Los trayectos en ómnibus en Montevideo, son bastante pesados. Para una persona que está acostumbrada a tomárselos para ir a trabajar, estudiar o a lo que fuera que requiera ir todos los días en un transporte de este medio, puede (según el talante de cada persona) procesar distintos métodos para hacer ameno ese viaje. Montevideo es pequeño, pero de un barrio al centro te puede llevar media hora, 40 minutos, y no por la distancia. Puede dormirse tranquilamente, leerse un libro, escuchar música. Yo, por ejemplo, los hago por un mero conocimiento de mis partes estoicas por reconocer. Que parte de lo que soy he de mejorar para mí y para con el mundo, etc. Si, lo hago como terapia.
Igual confieso que el viaje en ómnibus tiene algo que me atrapa, una vez escuché a alguien afirmar que...”quien tiene capacidad de disfrutar el viajar, puede complacerse lo mismo con el recorrido del 60, como de un viaje a Europa...” de nada sirve viajar a grandes lugares si no nos liberamos con el paisaje.
Todo lo tomamos a sabiendas de lo que somos y en virtud de lo que queremos ser.
Así, desde la ventanilla, yo suelo ver gente caminar, parejas de la mano, con o sin hijos, ojos fijos, mentes pensando, en preocupaciones, mal humor
aislamiento, desasosiego, ganas de salir corriendo, esperanza, desolación, resurrecciones, manos abiertas, mujeres, hombres, dioses, estructuras.
Pero está claro, creo yo, las salvedades que hace nuestra visión holográfica, con respecto a las cosas, y situaciones de la vida que nos rodean. Hasta pareciera que cuando me bajo de allí, ya no se quien soy, ya no soy nada.

06 agosto 2006

A propósito del post de Dharma me acordé de esta canción, y es lo que quiero aportar al tema de la semana.
La canción se llama "Milonga del moro judío" y es de Jorge Drexler, con estribillo de Chicho Sánchez Ferlosio.

Powered by Castpost
en este segundo que alguien muere
yo tipeando mi impúdica verguenza
algunos todavía no habían
sentido otra emoción que el pánico
otros no tuvieron tiempo de escuchar otras músicas
que el estruendo
y yo tipeando, mierda.

sobre la guerra y otras yerbas

Hay momentos en que nos gana la indiferencia, no?
“hoy que nadie me joda, no tengo ganas de aguantar pelotudeces a nadie” decimos bastantes veces a nuestros adentros, (o afueras, por que no). Escuchamos discos, buena música que nos habla, nos trasladamos poéticamente a millones de paisajes, que no son más que decoración Mental.
Toda la masa de gente que choca contra otra, es más de lo mismo.
De la guerra, musulmanes con cristianos y aliados, a las oligarquías existentes, veo fuerzas que se unen, la débil parte que se integra entre su condición de expulsado, veo una gran masa de cosas sin resolver y que nunca lo serán,(si supiéramos lo que hay detrás de todo, nos quedaríamos estupefactos).
Entonces que hacer, formar una pieza mas del engranaje inconciente de sí, y “dale que es tarde”.
Prefiero escuchar eso que me lleva a un mundo de art decó, pero que me limpia de estas falanges.

Negrita Cursiva

Negrita Cursiva

Tres cosas andan en mi cabeza.
Todo tiempo pasado no fue mejor. Pero extraño las protestas y las movilizaciones por la invasión a Vietnam.
La agresión mortífera está en nuestra especie, la paz es trabajosa ( y genera pocas ganancias).
Sigue siendo legítimo defenderse si el país donde vivís es invadido.

Desde mi burbuja


Oostzanerrijweg, Holanda del Norte. Foto: Chris van Gijst

Mientras escribo esto estoy viendo como las abejas zumban entorno a las macetas de lavanda colocadas al borde de la fuente donde peces de colores saborean bolitas alimenticias que se les ha echado como desayuno. El sol saca reflejos al agua que se pasean ondulantes por las enredaderas de los muros y las tejas de la casita del jardín brillan, húmedas por la lluvia nocturna, al sol matutino. Oigo caer el agua de la fuente y el reloj de la iglesia da las once. El paisaje idílico holandés me separa años luz de cualquier problema terrenal en este momento.

Pero la situación puede cambiar rápidamente cuando esta tarde A. me diga que Yussef no ha ido a su cumpleaños porque está muy preocupado por la seguridad de su famila, padre y primos, residentes en el Líbano; o cuando L. me diga que su primo a vuelto a BS AS huyendo de Haifa.

Y mañana, cuando viaje en el metro, volveré a leer:
- "Cada vez que Israel toma represalias recibimos aquí, en el centro cultural israelita de Holanda, amenazas telefónicas"
- "Tenemos que concienciar a los empresarios de que no se puede denegar el trabajo a un solicitante tan sólo porque su apellido sea árabe"

Estas cabeceras de noticias han estado apareciendo repetidamente en los periódicos durante los últimos años. Las guerras del Medio Oriente ya no se limitan a sus fronteras, ejércitos o al mando a distancia, se encuentran también en medio de nuestra sociedad, afectando a amigos, conocidos y personas que se encuentran tan lejos del conflicto como nosotros y cuya única culpa es su origen o religión.

Si las guerras de Uganda, Etiopía, Sudán o incluso la ex-Yugoslavia no han tenido tanto impacto en nuestro entorno más próximo ha sido porque se "limitaron" a un conflicto "reducido" por la prensa y la política a unas fronteras y en el que las grandes potencias no se enfrentaron entre ellas haciéndolos propios. A estos conflictos no se les dio un giro religioso que afectara al resto del mundo a pesar de estar claramente presente y bien definido en ellas. ¿Por qué no se puso el grito en el cielo con lo sucedido en Yugoslavia o Dafur? ¿es que esos miles de personas muertas no cuentan por su pobreza, por la falta de petroleo, por no tener poder armamentístico? ¿o es que las grandes batallas religiosas y políticas no se libran de ese lado del mundo?

Sin embargo a los últimos conflictos del Medio Oriente han tomado un caracter general, apoderándose de la ejemonía religiosa y, una vez más, política (¿acaso no es lo mismo en este momento?) imperante en el mundo, y que se ha expandido como la pólvora. Para el que además sólo hace falta que salte una chispa en algún lugar del planeta para que estalle el problema en cualquier otra parte del mismo.

Y aquí, en Holanda, ha llegado hasta tal punto que incluso el mundo del arte se ha visto afectado por ello. Aquí, en el país de la tolerancia, la sociedad se ha dividido en "autochton"(1) y "allochton"(2). Esta división se ha hecho tan fuerte que los organismos encargados de dar subsidio a las instancias culturales (en este país todo se mueve a base de subsidios) han decidido crear un museo de "allochtonen" e incluso quieren premiar económicamente al museo que disponga de los mejores artistas allochtonen. ¿Por qué? Simple: para mejorar su integración. Encasillándonos de esta manera cada vez más a unos y otros, haciendo las diferencias cada vez más marcadas. ¿Qué diferencia un artista marroquí, turco o irakí del artista holandés?, ¿desde cuando tiene el arte bandera?.

Por supuesto hubo movimientos artísticos como pudiese ser el constructivismo, suprematismo, futurismo o cualquiera de las vanguardias que respondían o negaban una realidad política y social concreta. Llevándoles a desarrollar un movimiento, un ideal artístico del que el mundo del arte actual parece carecer. Y es por eso que volvemos a la pregunta: ¿se puede encasillar el arte allochtoon como un movimiento como un ente concreto al que todos los allochtonen responden?
¿Que tiene que ver el arte con la necesidad de integración surgida los últimos años como consecuencia de nuestras cruzadas contemporáneas?
Esta guerra ya no sólo es bélica, se ha extendido como una mancha de aceite por todas las capas de nuestra sociedad, afectando a todos esos países con un gran número de inmigración árabe, afectando a todas aquellas gentes que parecen estar en el lugar equivocado en el momento más inoportuno.

Y yo sé que esta burbuja en la que me encuentro en este momento, empapada de aire burgués holandés, es un escudo temporal que en cualquier momento puede hacer "PLOF!".


(1) Autochton: autóctono del país, ambos padres son holandeses.
(2) Allochton: nacido en el país pero como mínimo uno de los dos padres no es holandés.


negritacursiva

negritacursiva es una bitácora de gente que no tiene nada en común, pero son muy buenos disimulando.

contacto

ncursiva@gmail.com

bitacoreros

archivo

negritacursiva| 2006