Negrita cursiva

11 agosto 2006

¿Espacio urbano has dicho?

El calor era una masa densa que me movía en cámara lenta. Cada paso provocaba un nuevo chorro de sudor deslizándose desde alguno de los desvíos de mi cuerpo. Era una esponja, el verano me escurría.
Tenía que hacerme viento. Con el último resto de fuerza de voluntad, bajé al sótano a sacar mi ventilador a pedal: una bicileta amarilla.

Mi bicicleta amarilla fue un regalo, uno de los mejores que recibí en mi vida. Luego de años dedicados a ser ratón de biblioteca, sentí que en cambio de un título escrito en un pedazo de papel, me donaban dos ruedas hacia la libertad. Está construida, con partes nuevas y usadas, siguiendo todos los requisitos que en mi opinión debía tener el vehículo ideal. Es de carrera, liviana, me lleva lejos sin desfallecer. Manillar derecho, me deja mirar el paisaje. Asiento cómodo, aunque no lo suficiente, son machistas los asientos de las bicicletas, impiedosos con nuestra anotomía. Sistema de doble cambio, más que para ir veloz, sirve para poner la cadena sin ensuciarme las manos. Inflador a prueba de brazos flacos y una valijita con todo lo necesario para reparar las pinchaduras (operación que desconozco, pero siempre se puede esperar en un buen samaritano). Un reloj mide la velocidad y los kilómetros. Un coqueto canasto le da el toque femenino, además se puede quitar para ir a buscar naranjas frescas a la feria.

Mi bicicleta amarilla me podía salvar del pegote. Me tiré por la bajadita hasta el río y empecé a pedalear hacia el lago. De un lado el río y del otro el monte. Sentía la brisa. Finalmente. Sin detenerme me saqué la muscolosa, quedé casi desnuda. Hacía entre ventidós y venticinco kilómetros por hora. Era temprano, la ciclovía estaba desierta. Los patos nadaban con su prole, los cisnes volaban ociosos. Los pájaros estaban escandalosos. Todo era de un verde exagerado, con parches de cielo azul. Olía a menta selvaje, hierba y agua.
Luego de algunos kilómetros ví venir un tren por el puente y me apuré para pasarle por debajo, dicen que da suerte. Bordeé la muralla del pueblo y cuando llegué a la playa con piedritas, me tiré. Corría aire. Miré las montañas, un fluido denso las cubría en parte. Panza abajo, abrí mi libro, pocas oraciones después me quedé dormida. Cuando me desperté estaba rodeada de cuerpos. Eran cuerpos alemanes. Grandes masas de carne clara. Reían mientras bebían cerveza. No estaban solos, se acompañan de complicados accesorios como sillas, reposeras, carpas, colchones inflables, heladeritas, bichos de plástico, toallas enormes, almohadones, bronceadores olorosos, sandwiches. Me tapaban el aire. Me ahogaban. Tomé mi bici amarilla y escapé. De nuevo bajo los árboles pensé que a veces es mejor el viaje que la meta.

5 Comentarios:

Blogger Sofia

Huy!, que lindo paisaje... me dieron ganasde ir por esos lares (con una bici ovbio). Me encantó, en especial cuando vas rápido con la bici, sintiendo lo que nos dá para que disfrutemos la naturaleza.

Para que hubiese sido más feliz..(hubiera agregado una checha (cerveza) al final.

Saludos.

11/8/06 11:36  
Blogger MaGa

El viento en la cara es de lo mejor que hay.

11/8/06 14:39  
Blogger Ceryle

Sofia, si venís no necesitás traerte la bici. Vivo con un fanático de bicis y tengo de todos los tipos y modelos.
¿Una cerveza con un alemán rumoroso y sudado?

Maga, totalmente de acuerdo contigo.

12/8/06 01:37  
Blogger Susana Aparicio

Realmente me ha encantado... muy bueno.

20/8/06 08:04  
Anonymous Anónimo

Hmmmmm... interesante información. Gracias por compartirla con nosotros...

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16/10/06 12:13  

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